martes, 11 de agosto de 2015

¡Esas comidas! ¡Ay!

Hay comidas que nuestros niños tienen atravesadas. Pero esto no es ninguna rareza de la niñez. A los adultos también nos pasa que hay platos que, por muy bien cocinados que estén, hasta el mero olor nos causa unas náuseas increíbles. 

Mi hija mayor come bastante bien. Hay pocas cosas que no le gustan y creo saber por qué no: tiene bastante que ver en el rechazo que siente hacia estas comidas el hecho de que las asocie de alguna manera con haberlas tomado estando enferma. Asocia tener el cuerpo revuelto con ciertos sabores. Muy claro es el ejemplo de la tortilla de jamón york y queso, que se la comía de maravilla hasta que un día se la preparamos y eso no eran arcadas, sino lo siguiente: estaba en pleno resfriado. Aún hoy no ya este tipo de tortilla, sino cualquier otra tortilla le deberá recordar aquellos días en los que estuvo pachucha, el caso es que le cuesta comérselas, al igual que el queso fundido, que es furor para muchos niños, y ella sin embargo no lo soporta. 

Tampoco le gusta el yogur con trocitos de fruta ni los picatostes en las cremas de verduras, es decir, comidas/alimentos trituradas/os que incluyen tropezones. Esto creo que sucede por la textura, que puede le recuerde a la del vómito.  

La experiencia me ha dicho que lo mejor ante estos casos es no insistir. Si a la criatura no le gusta esto o lo otro, pues no se le prepara y punto. Es mucho más lo que le gusta que lo que no. Probablemente con el paso del tiempo no asocie tal comida o alimento con tal o cual mal rato pasado y vuelva a comer aquello que hoy por hoy odia. 




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