Mi segundo embarazo comenzó con unas náuseas muy intensas que se extendían
durante prácticamente todo el día. Nunca llegaba a vomitar, pero tener continuamente la sensación de cuerpo revuelto era muy desagradable.
Cualquier
olor fuerte era mal recibido. Ni decir que era la primera de la casa en saber si
algo se estaba echando a perder en el frigo, si mi hija se había hecho caca o
si era hora de bajar la basura al contenedor. Pasar junto a un puesto de kebab
o salchichas o entrar mismamente a una carnicería o una pescadería, me provocaba unas arcadas
terribles.
Consulté en libros pediátricos y en ellos defendían que era un
malestar normal durante el primer trimestre del embarazo, que el cuerpo
necesita acostumbrarse a su nuevo estado. Pero, claro, como en mi primer
embarazo estuve estupenda de inicio a fin, en esta nueva situación me sentía rara, rarísima.
En libros y revistas leí diferentes consejos para aplacar esta
incomodísima sensación. De todos, a mí me ha funcionado tomar infusiones de manzanilla y de hinojo. De higos a brevas me tomaba alguna infusión de jengibre, de las que, por cierto, no conviene abusar durante el embarazo, porque el jengibre
acelera las contracciones. Acompañando a las infusiones, me tomaba bien a gusto
una tostada de aceite con un pelín de sal. En cualquier caso, consultadlo con la matrona o médico/a que esté haciendo el seguimiento de vuestro embarazo.
También resultó ser buen remedio tener en la mesita de noche un
botellín de agua y unas galletillas saladas o frutos secos. Al despertarse,
nada de levantarse inmediatamente. Más bien, me iba incorporando poco a poco, me recostaba en la cama, tomaba algunas galletillas y daba traguitos de agua. Así el
cuerpo se me iba entonando.
Muy importante para evitar que un olor se quede estancado en una habitación es tenerla bien ventilada.
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